Detestaba que roncaras, que comieras mal, que te encerraras en el baño, que fumaras, que jamás quisieras hablar de los monstruos, que no abrieras cortinas ni ventanas, que subestimaras a mi país, que fumaras en el baño, que no hayas sido mi compañía, que no te quedaras quieto al ver una película, que no me hayas sacado de la ciudad, que no te dejaras acariciar mientras dormías, que tu tina no tuviera mampara, que siempre me hicieras esperar, que no te gustara mi seseo, que dejaras que el polvo se acumule, que bebieras tanto sin mi, que no contestes los mensajes, que no cambiaras tus sábanas, que durmieras demasiado, que sudaras mucho, que me ofrecieras matrimonio; tu cocaína, tu ordenador, el olor a nicotina de tus cosas, tu promiscuidad, tus libros que nunca tendré, tus juguetes, tu piel blanquísima.
Y sin embargo, te acepté sin quejas porque a tu lado me sentí cómoda y tranquila, intentaba olvidar que las horas a tu lado iban inexorablemente a un fin que nos separaría con un océano de distancia. Una madrugada pensé en eso y tuve la tontería de contártelo, uno no debería quejarse de las cosas que no tienen salida.
era un laberinto
viernes, 2 de febrero de 2007
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Esto es vida real, y esto ficción.
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